«Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce perseverancia; la perseverancia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza». Romanos 5.3–4
La importancia de un carácter trabajado por Dios es primordial para un ministerio que logra un profundo impacto sobre la vida de otros. La falta de verdadera transformación en muchos, es en parte, un reflejo de la poca profundidad espiritual que padecemos. Cuando una vida ha sido intensamente trabajada por Dios, el roce de esa vida con otros siempre deja huellas que transforman.
Por esto, nos concierne de manera especial entender las formas en que Dios trabaja en la formación del carácter de sus siervos. Nuestro entendimiento nos permitirá ser colaboradores inteligentes en la obra que está realizando. En Romanos 5.1–5 Pablo nos ofrece una admirable descripción del proceso por el cual el alfarero divino le da forma a la vida de sus hijos.
Vida nueva
Existe alguna confusión en acerca del verdadero destino de nuestro llamado en la obra. Muchos creen que el Señor se ha propuesto una pequeña reforma de nuestras vidas, de manera que ahora seamos un poquito mejores de lo que éramos antes. ¡Nada más lejos de la verdad! San Pablo declara, en el verso 2, que «hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios».
[quote_left]Entre las muchas herramientas con las que dispone nuestro amado Padre en su taller, la que utiliza con mayor frecuencia es el de las tribulaciones[/quote_left]El término «entrar» claramente indica que se nos ha concedido acceso a un espacio que antes se nos había negado. En 2 Corintios 3 nos ayuda a entender de cuál espacio se trata: «Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu» (17–18). Esta entrada se refiere al incomprensible privilegio de acceder al Lugar Santísimo donde habita la misma Presencia.
Los santos evangelios ofrecen un elocuente testimonio de la dramática transformación que el contacto con lo eterno (en la persona de Jesús) siempre produce. Quienes se abren a este encuentro no salen de tal experiencia en la misma condición en que llegaron. Dejan sus redes, sus mesas de cambio, sus familias y sus parientes para comenzar a caminar con el Cristo. Y en este caminar la transformación se profundiza de manera que, con el tiempo, los que están con él comienzan a hablar, pensar y actuar de misma forma que él.
El desafío, según San Pablo, es estar firmes en esta gracia. Es decir, lograr ser constantes en nuestra comunión con Dios para alcanzar a vivir todo lo que él se ha propuesto para nuestra vida.
[quote_right]Nuestro entendimiento nos permitirá ser colaboradores inteligentes en la obra que está realizando.[/quote_right]Conoce, de primera mano, la continua tentación de ceder ante las muchas distracciones que aparecen por el camino. Por esto se ha propuesto trabajar en nosotros para que alcancemos la firmeza esencial para una vida con profundas raíces en él.
Entre las muchas herramientas con las que dispone nuestro amado Padre en su taller, la que utiliza con mayor frecuencia es el de las tribulaciones (v. 3). El concepto «tribulación» incluye enfermedades, penurias, traiciones, injusticias, incomprensiones o persecuciones. Cada una de estas experiencias somete nuestra vida a una fuerte presión. Esta última permite ver con claridad cuál es nuestra verdadera condición. Es decir, la dificultad no produce la respuesta, sino que revela lo que ya se había instalado en el corazón.
El Señor mismo explica a su pueblo que esta es su forma de trabajar. «Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no sus mandamientos» (Dt 8.2).
Nos sorprendemos a nosotros mismos combatiendo problemas inexistentes. La tribulación, sin embargo, saca todo a la luz y nos permite saber dónde se encuentran los verdaderos obstáculos para una vida de comunión consistente con Dios.
Cualidad escurridiza
La tribulación, nos advierte el apóstol, busca como primer fruto la perseverancia. Este fruto se refiere a esa actitud de insistencia cuando los resultados parecen demorarse en llegar. Describe el trabajo paciente del hombre que sigue regando y fertilizando la tierra, aun cuando no aparezcan todavía los primeros brotes de las semillas que sembró.
Las amistades artificiales que ofrece Facebook se pueden acumular de a miles con solo abrir una página en el portal; las amistades, a prueba de viento y tormentas, sin embargo, tardan años en cultivarse. De estas solamente conseguiremos un puñado a lo largo de la vida. Son escasas precisamente por la cuantiosa inversión de esfuerzo y tiempo que requieren.
En nuestros tiempos, como nunca antes, hemos cedido ante las demandas de una cultura que gira en torno a las emociones. El deseo desmedido de «sentir» nos ha llevado a toda clase de excesos en la comida, las bebidas y las relaciones con otros. La presión de esta cultura ha introducido a las reuniones de nuestras congregaciones los despliegues de emoción en respuesta a la exposición de la Palabra o a un encuentro de adoración. Si bien es muy saludable que también expresemos nuestra pasión por él con nuestros afectos, muchas de estas sensaciones no son más que destellos de sentimentalismo. En gran medida, muchas de estas emociones quedan olvidadas cuando comienzan las actividades normales de la semana.
[quote_right]El deseo desmedido de «sentir» nos ha llevado a toda clase de excesos en la comida, las bebidas y las relaciones con otros.[/quote_right]La tribulación nos ayuda a distinguir entre las emociones pasajeras de una reunión y la pasión que no admite descanso. Las que resultan de una profunda convicción espiritual se sostienen a lo largo de semanas, meses y años.
Carácter probado
San Pablo declara que el resultado de la perseverancia es un carácter probado. Es necesario señalar que el fruto de la tribulación no es un carácter probado. Muchas personas experimentan profundas tribulaciones en su vida pero no cosechan ningún beneficio de semejantes experiencias, porque no trabajan sobre las actitudes y las convicciones que irremediablemente revelaron las dificultades. Caen en amargura, rencor, enojo y reproches, por lo tanto Dios no encuentra en ellos el espacio para producir transformación. Cuando ofrecemos nuestra fragilidad a él, para que «recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna» (He 4.16), comienza la transformación que tan desesperadamente requerimos.
Poseer un carácter probado significa que estaremos en condiciones de afrontar los desafíos, los contratiempos y las responsabilidades que acompañan la obra que Dios confiará en nuestras manos. Esta es la razón por la que él ha utilizado intensamente la tribulación en la vida de todos sus grandes siervos a la largo de la historia. Algunos pasaron por el fuego del silencio de Dios. Otros bebieron hasta el fondo de la copa de la traición. Muchos convivieron con un pueblo quejoso y desagradecido. Aun otros más experimentaron severas persecuciones personales. Cada uno fue tratado según la obra que el Señor había preparado de antemano para él o ella.
Bendito anhelo
El fruto de este carácter probado es la esperanza (v. 5).
En el tercer cántico del Mesías, en Isaías 50, el profeta comparte las palabras del mismo Siervo de Dios. Uno de los resultados de caminar con Dios es que se levantarán contra nosotros aquellos que se oponen y combaten nuestra fe. Cristo también lo vivió en carne propia, pero no titubeó porque declaró: «El Señor DIOS me ayuda, por eso no soy humillado por eso como pedernal he puesto mi rostro, y sé que no seré avergonzado» (v. 7).
Si considera por un instante nuestra respuesta típica ante las dificultades, entenderá por qué resulta tan importante poseer una esperanza a prueba de fuego. Las tribulaciones nos invitan al desánimo, a la desesperación, a una postura de derrota. Cuando estos sentimientos nos abruman optamos por tomar cartas en el asunto que nos atribula. Comenzamos a buscar la forma de resolver nosotros la situación, lo que nos hunde cada vez más en la desesperanza porque nuestros mejores esfuerzos no consiguen el resultado deseado.
La persona en cuyo corazón se ha instalado una inconmovible esperanza, centrada en la intervención de Dios, disfruta de una paz y una quietud que son difíciles de explicar. Esta es la quietud que procuró Cristo en Getsemaní para encaminarse confiado hacia la cruz. La quietud interior es absolutamente indispensable para no desistir del proyecto al cual hemos sido llamados. «La semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz» (Stg 3.18).