La Madurez

En busca del tesoro perdido – Por Marco A. Vega

En ciertas ocasiones mi vida evidencia profundas actitudes de madurez. En otras situaciones, revelo una inmadurez igualmente profunda. La contradicción me lleva a preguntar: «¿será que todos somos así?». Permítame compartirle mi sentir al respecto: creo que a todos los seres humanos nos pasa lo mismo. Carecemos de madurez para algunas situaciones, pero nos sobra en otras.

Esto usted lo puede atribuir a la personalidad, al pasado, al carácter, o al tener áreas más dóciles que otras. No obstante, sin importar cuál sea la razón, la verdad es que debemos trabajar sobre estas discrepancias.

En el plano de las relaciones este desequilibrio conduce a que pasemos mucho tiempo intentando cambiar a nuestro cónyuge, sin tomar el tiempo y la decisión de cambiar nosotros primero. Resulta fácil descubrir y señalar las carencias de madurez en la otra persona. De la misma manera, nuestro cónyuge no le es complicado encontrar en nosotros inmadurez. Pero ¿quién se anima a realizar un inventario de inmadurez en su propia vida? ¿Quién se detiene a preguntarse, o preguntar a otros, sobre las actitudes de inmadurez que están a la vista? Bien cita el proverbio: más vale dominarse a sí mismo que conquistar ciudades.

Es en vano, entonces, perder tiempo valioso en la vida de pareja tratando de cambiar al cónyuge. Los cambios consistentes y permanentes son aquellos que produce Dios, no el hombre.

Ayer miraba un programa por la televisión en el cual quince personas trataban de hacer ver a una persona su prepotencia. El hombre no aceptó la opinión de ni uno solo de ellos. Más bien, terminó peleado porque, a su entender, todos estaban en su contra.

Mientras lo miraba, le decía por dentro al Señor: «¡líbrame, O Dios, de llegar al punto donde necesito de quince personas para aceptar mi realidad!. Dame la sensibilidad para escucharte aún en los momentos menos pensados».

Quisiera compartir una lista de actitudes inmaduras, no para que piense en su cónyuge, sino en usted mismo:

  • poseer un carácter explosivo,
  • vivir y alimentarse de la auto-conmiseración,
  • prestar atención e invertir demasiado tiempo en aquello que realmente no tiene importancia.
  • no aceptar o evadir la responsabilidad por las propias acciones, culpando siempre a otros de todo lo que le sucede,
  • volver a repetir una y otra vez los mismos errores que aborrece.
  • ante los momentos de crisis o presión pensar en escapar como una opción de vida vivir con una necesidad constante de consuelo.
  • irrespetar todo aquello que tenga cara de autoridad.

Estas, entre muchas otras, son las evidencias de la inmadurez que debemos trabajar en nuestras vidas. Es por ello que la madurez es una conquista. Es la suma de decisiones juiciosas que logramos tomar a lo largo de toda una vida. Es el tesoro perdido que debemos buscar con anhelo.