La Comunicación

De manera recurrente me ha llamado la atención en torno a la comunicación la tendencia de las personas a interpretar lo que escuchan; descifran las actitudes o leen por escrito —según sus estados de ánimo. Por ejemplo, mi esposa si me ve serio podría interpretar que estoy enojado por alguna acción de ella; en realidad su interpretación podría nacer de alguna tristeza que ella experimente en ese momento. Igualmente yo podría juzgar algún correo suyo con este mensaje: «¡nos vemos más tarde!» como una pérdida en la intensidad de su amor por mí, porque sencillamente omitió «¡Mi amor!». En este caso, no significa que ella haya disminuido su amor por mí, sino que quizás yo, como receptor, justamente ese día haya necesitado recibir palabras de afirmación como «¡mi amor!».

La comunicación, entonces, debe ser pensada y trabajada de manera inteligente; no solo para transmitir lo que deseo, sino para asegurarme de que la información llegue justo a mi cónyuge con las intenciones correctas. Por eso la urgencia de que nos comuniquemos de manera intencional.

En primer lugar, no escatimemos ningún esfuerzo. En el matrimonio no debe establecerse un límite a la buena comunicación. En este sentido, me refiero a que enriquezcamos nuestra capacidad de inducir y sostener diálogos frecuentes y fructíferos, para que ambos aportemos al progreso de una relación realmente significativa.

En segundo lugar, hablemos siempre con la verdad. Nada bueno procede de las mentiras ni de las medias verdades, que, al fin de cuentas, son mentiras completas.

En tercer lugar, hablemos con un único sentido, sin dejar oportunidad a posibles interpretaciones secundarias. Es mejor hablar, como afirma mi buen amigo Alberto Castro, «en castellano, despacio y suavecito, sin dejar nada a la imaginación».

En cuarto lugar, emitamos con cautela cada una de nuestras palabras. Ya suplicó por eso el salmista en el Salmo 141 versículo 3.

Y en quinto lugar, cultivemos la sensibilidad ante las emociones de nuestro cónyuge. No podemos darnos el lujo de pasar por la vida subestimando los sentimientos de nuestro cónyuge, solo porque «a mi entender ¡eso no es para tanto!»

Le animo a responder la siguientes preguntas:
¿Cuándo me comunico lo hago de una manera superficial o profunda? ¿Tiendo a comunicarme en dos sentidos?, ¿lo que digo y lo que doy a entender? ¿Estoy dispuesto a efectuar los cambios pertinentes para crecer en comunicación intencional?